El PGA Championship nos dejo muchas cosas. Fue una semana apasionante, donde no hubo un claro candidato, un jugador que destaque por sobre el resto los 4 días, y todos batallaron por la victoria hasta el final.
Más allá de los resultados, nos encontramos con varias curiosidades, como la rotura del drive de Bryson DeChambeau, que no deja de impresionar por su potencia.
También, vimos a un Rickie Fowler realizando una papa con su putter, demostrando que le puede pasar a cualquiera, y fue una muestra clara del nerviosismo que viven los jugadores en este tipo de torneos, llevándolos al punto de cometer este tipo de errores tontos.
Sin embargo, lo que más nos llamo la atención fue la historia que vivió Rory Mcilroy en la ronda del día sábado, donde demostró la esencia del golf más allá del juego y protagonizando la historia del fin de semana.
Finalizó otra semana de golf. Aunque no fue una torneo más del montón, sino, una competencia apasionante y espectacular.
Todo comenzó el día jueves, donde la cancha demostró que no iba a ser nada fácil, y le causaría dolor de cabeza, a todos los jugadores durante todo el fin de semana. Si bien parecía que algunos se subían a la punta y se separaban del resto, esa diferencia se disolvió el día viernes, donde se equilibro la balanza y emparejo la situación.
Llegando al día sábado, el joven Morikawa ya asomaba en las primeras posiciones, dispuesto a dar pelea.
El día domingo, fue una experiencia única, el tablero muy ajustado, llego a tener 7 jugadores empatados en la primera posición.
Sensaciones encontradas en la vuelta del golf. Luego de nueve semanas parece que la actividad vuelve a tomar su rumbo. Un deporte sin público, pero que ha sabido entretener a los miles de televidentes y algunos afortunados que pudieron caminar los fairways de los mejores campos de Estados Unidos.Pero esta vez, el contexto vuelve a modificarse. Tal vez porque, ni más ni menos, se viene el primer major del 2020.
COVID mediante, el PGA Championship le arrebató el debut anual a las azaleas de Augusta. El hermano menor de la familia más célebre en los torneos de golf. Para su edición número 102, TPC Harding Park, en San Francisco, será el hogar de una cita con mucha historia. Segunda vez que este campo aloja un torneo grande, debutando en la élite en la recordada Presidents Cup del año 2009.
El PGA Championship se estableció con el propósito de brindar un torneo de alto perfil específicamente para los golfistas profesionales. Esto contrasta con los otros tres grandes campeonatos, dos de los cuales son organizados por organismos íntimamente relacionados al deporte amateur (US Open y The Open), y el otro por un club privado fundado por un aficionado (mal llamado) de toda la vida como Bobby Jones (The Masters).
Una gran historia de cómo un desconocido John Daly se quedaría con el título de un major. El año era 1991, Daly ingresaba en el PGA Tour, pero sin buenos resultados. Llegó el momento del PGA Championship y su posición era como 9° suplente, siendo casi nulas las posibilidades de su participación.
Pocos días antes del evento y luego de varias bajas, Nick Price se retira, ya que su esposa Sue estaba a punto de dar a luz a su primer hijo. Gracias a esto John recibió el llamado del PGA, avisándole que podía competir.
Daly llegó a Crooked Stick después de un viaje de toda la noche, tras 8 horas en el auto y en un campo del que no sabía nada, logró una vuelta de 69 golpes, quedando a dos del líder. Luego, siguió una ronda de 67, para tomar el liderazgo del torneo con ocho bajo par.
Su sorpresiva aparición, su poderoso swing y su estilo de juego “Grip it and Rip it”, lo convirtieron en un favorito instantáneo de los fanáticos.
El sábado, firmó una tarjeta de 69, para aventajar por tres golpes a Knox y Craig Stadler. Su última vuelta fue de 71 impactos y doce bajo el par para el torneo, lo que le bastó para ganar el Wanamaker Trophy por tres de diferencia sobre Bruce Lietzke, a pesar de su doble bogey en el 17.
Durante la primera ronda hubo una demora climática, donde el espectador Tom Weaver perdió la vida después de ser alcanzado por un rayo. Dejó a su esposa Dee y a sus dos niñas: Karen (8 años) y Emily (12). Cuando Daly ganó, donó USD 30,000 de su cheque de ganador a un fondo fiduciario para la educación de los niños.
